Una invitación: ¿vale la pena relatar experiencias pedagógicas?
¿Qué se gana y qué se pierde cuando los seres humanos dan
sentido al mundo contando historias sobre el mismo usando
el modo narrativo de construir la realidad?
Jerome Bruner
Estimados y estimadas docentes:
Esta propuesta es una invitación. ¿Quién invita a una reunión, a una caminata, a una lectura, a beber o saborear algo o a ver una película, está interesado en construir un lazo de comunicación, fraternidad y complicidad con otro/s. Con otro/s y consigo mismo.
Quien invita se dispone a compartir tiempo, energía, pensamientos, esfuerzos, emociones, alegrías y pesares con la forma de los sentimientos puestos en las palabras y en el cuerpo. Quien piensa en encontrarse con otros invita a una conversación, muchas veces con la excusa de tratar algún tema en particular o simplemente por que sí. Y en ese hablar y escuchar a otro, sucede que se habla y se escucha a sí mismo.
Quien invita está dispuesto a recibir, a ofrecer un sitio, un lugar para que quien lo visite pueda sentirse cómodo, tranquilo, seguro como en su propia casa. Si invitamos sabemos que la recepción es espera, desaceleración, y lleva tiempo. Debemos frenar, parar, sostener la lentitud resistiendo el acabar con todo rápidamente, de un plumazo.
No son pocos los/as docentes que sienten que el tiempo los atrapa. Difícilmente llegan a hacer todo lo que planifican. Pero saben que, para poder pensar y pensarse, deben tomar al tiempo; tomar el tiempo para ago que no es perder el tiempo, por ejemplo, aceptar una invitación.
Y esta es una invitación para contar historias, historias vividas en escuelas contadas por los/as maestros/as y profesores, por los directores, por los inspectores y supervisores. En firn, por todas aquellas personas que hacen escuela.
Para comenzar, no está demás recordar lo que ustedes bien saben: la vida cotidiana en las escuelas esincierta, vertiginosa; pasan muchas cosas al mismo tiempo. Las más complejas suelen ser impredecibles y, aunque esperables, vuelven a conmoverlos. Disfrutan y se sienten satisfechos cuando el aprendizaje de los alumnos y alumnas les hace un guiño para seguir adelante. Sienten un enorme placer cuando, con "ruido de aula", pueden enseñar lo que saben. En estas situaciones ningún docente podría sentirse incómodo. Pero ahí nomás, pegaditos a l satisfacción, los paisajes escolares suelen estar impregnadas por el sufrimiento, el dolor y las urgencias de docentes, alumnos/as y padres. ¿Cuántas veces personas extrañas al espacio escolar manifiestan su sorpresa al verlos actuar aún en estas condiciones? Entonces, ¿por qué no llamar "sabiduría" al oficio que poseen ustedes, los/as docentes, que permuta ese malestar y lo convierte en un desafío y no en una fatalidad?
Fuente: Manual de Capacitación sobre registro y sistematización de experiencias pedagógicas